
Nuestro Historia de Elegancia
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Cuando era niño, solía observar las manos de mi padre cada vez que sacaba su billetera. Era de cuero, envejecida por los años, con marcas que contaban historias silenciosas de esfuerzo y dedicación. El olor a cuero siempre lo acompañaba, un aroma que con el tiempo se convirtió en un recuerdo grabado en mi memoria.
En aquellos días, el cuero era un lujo. No todos podían darse el gusto de tener una billetera de cuero genuino, pero mi padre la conservaba con cuidado, como si fuera un símbolo de algo más grande. No importaba cuántos años pasaran o cuántas veces se abriera y cerrara, la billetera seguía allí, fiel y resistente, quizás reflejando la esencia natural de mi padre.
Los años pasaron y un día, mientras guardaba en su bolsillo su propia billetera gastada, se dio cuenta de algo. No era solo un objeto; con cada pliegue y cada marca, contenía momentos, recuerdos y experiencias, a veces con más, a veces con menos. Como mi padre con la suya, yo también había llevado conmigo el peso de los días, de las decisiones, de los pequeños gestos que parecían rutinarios, pero que con el tiempo se volvían significativos.
Una tarde, mientras mi hijo jugaba con mis cosas, tomó la billetera y la observó con detenimiento. Pasó sus dedos por la superficie curtida, sintiendo cada marca, cada pliegue, cada huella del tiempo. “Es suave y fuerte a la vez”, dijo con la inocencia de quien empieza a descubrir el mundo. En ese instante, entendí que los recuerdos no solo se transmiten con palabras, sino con objetos que han vivido a la par de quienes los llevan.
Por eso nació CU-ERO, porque “Cada pieza cuenta una historia, y cada historia perdura en el tiempo”. Como el amor de un padre, que aunque envejece, nunca desaparece.